jueves, 30 de septiembre de 2010

Aquí algunos videos, subidos durante el año 2008, donde se abordaba el tema de la rentabilidad de los fondos de pensiones.








EL CAPITALISMO: Un régimen social en bancarrota.


En el mundo entero millones de trabajadores encuentran serias dificultades para enfrentar su futuro. Por todas partes se anuncia el cierre de fábricas, industrias y servicios, multiplicándose las noticias de despidos. Millones de jubilados apenas sobreviven con sus exiguas pensiones, y los trabajadores, que han logrado acumular fruto de su esfuerzo, algún ahorro previsional, observan atónitos ante la indiferencia de los gobiernos, como éstos se esfuman a causa de la especulación financiera.

Sin embargo, la actitud de los gobiernos -desde la derecha hasta los llamados de izquierda- , no es la misma ante los dueños del capital, ante éstos corren para auxiliar con recursos públicos al sistema financiero mundial, cuyas instituciones son claramente indignas de confianza y de transparencia. En efecto, la responsabilidad de la crisis mundial, como consecuencia de la especulación, no debe entenderse como un componente de la codicia, sino que, forma parte de la naturaleza misma del sistema capitalista. Éste requiere mantener la tasa de ganancia y si el capital no es capaz de generar riqueza en la producción de mercancías, va a buscar todos los medios indirectos para valorizarse. Esos medios -la especulación bursátil, la economía de armamento, la droga, la prostitución, etc.- nada pueden resolver por ellos mismos. En cada etapa, el capital choca con la realidad: hay demasiados trabajadores. Demasiados en el marco del régimen social basado en la propiedad privada de los medios de producción; régimen que entre otras grandes fatalidades, concentra la riqueza, sistematiza la violencia contra las personas, destruye el medio ambiente y, lo más grave, conduce a la especie humana a la barbarie.

Bajo este régimen, el desarrollo de las fuerzas productivas, llega a una fase en la que surgen fuerzas productivas y medios de circulación que no pueden sino ser nefastos en el marco de las relaciones existentes y ya no son fuerzas productivas, sino fuerzas destructivas (el maquinismo y el dinero).[1]

En el siglo XIX el capitalismo se desarrolló y fue capaz de superar esta situación de crisis mediante la extensión y el crecimiento de los mercados. A comienzos del Siglo XX, el capitalismo alcanzó otra fase. La fusión del capital bancario y del capital industrial, bajo los auspicios del capital bancario formó, lo que hoy denominamos "capital financiero". Este capital financiero espera que la inversión dé ganancias iguales en todos los campos. La dominación del capital financiero trajo consigo el desarrollo de fuerzas destructivas del capital. Es la época de las guerras, de las hambrunas, de la barbarie, de la destrucción generalizada. El crecimiento de los gastos militares mundiales explica esta situación.

¿Y "el dinero que brota sin cesar", que Marx designa como la otra gran "fuerza destructiva"? Es un hecho de la causa que en los últimos decenios se han sucedido burbujas especulativas. La masa de miles de millones de capitales que busca invertirse a toda costa, tiende a transformarse en bloque en una fuerza destructiva de las fuerzas de producción. En su forma más visible, es la fuerza destructiva del propio capital excedente: las destrucciones de valor en los mercados bursátiles, las reducciones brutales de inversión, la desindustrialización, el cierre de fábricas en todos los sectores clave de la economía mundial.

Pero, la destrucción masiva de fuerzas productivas conlleva siempre la destrucción en masa de la principal fuerza productiva: los trabajadores. Lo que da a nuestra época un carácter extremadamente antihumano es que, por una necesidad casi mecánica, el capital sólo puede sobrevivir destruyendo sectores inmensos de trabajadores, los que a su vez son los que reportan la base de la ganancia (plusvalía). Y lo hace de diversas formas, con la destrucción del valor de la fuerza de trabajo, lo que exige disolver los regímenes de pensiones y apoderarse de los millonarios ahorros de los trabajadores; la destrucción de la seguridad social, los servicios públicos, los convenios colectivos y, en esta nueva etapa, con la incorporación cada vez mayor de sindicatos a la política corporativa de los empresarios que debe jugar el rol de desmantelamiento y traición a los trabajadores.

En la actualidad estamos conminados en todo el planeta a dotarnos de una dirección política. El rasgo predominante de la situación mundial y nacional es que falta quien tome en sus manos la conducción del movimiento de masas y lo conduzca hacia una nueva época. Hacia el comienzo de una nueva fase de la historia de la humanidad, pues hoy, el capitalismo tiene amenazadas las bases mismas de la civilización humana.

Una nueva sociedad, con mayor justicia e igualdad para quienes hacen posible la riqueza, sólo puede concebirse fuera de los límites del actual sistema capitalista.

Ello nos plantea, ya no sólo superar los estrechos parámetros que el sistema impone, es necesario reivindicar desde nuestras posiciones la lucha por el socialismo, única forma de entregar a las mayorías explotadas de nuestro país una alternativa real de solución a sus problemas. Las propuestas electoralistas en el marco del actual sistema nada resolverán, son la perpetuación del modelo de explotación y saqueo, y la lucha contra esas falsas ilusiones se convierten en una tarea para quienes de verdad aspiran a transformar la sociedad.

Sólo quienes desde el trabajo hacen posible la riqueza, tienen autoridad para reformular un nuevo mundo. La inmoralidad del sistema financiero mundial que arroja a millones de seres humanos a la miseria, es condición suficiente para levantarnos y redoblar nuestros compromisos de lucha por los trabajadores y por un sistema social fundado en la igualdad: el socialismo.

[1] Karl Marx, La ideología alemana

jueves, 9 de septiembre de 2010

Sub Terra.
La burguesía y la clase obrera,  frente a frente


32 chilenos y un boliviano se hallan a más de 700 metros bajo la Mina San José, ubicada en la zona de Atacama en el desierto más árido del mundo.  Los dueños de la mina, primero guardaron un silencio total frente a la responsabilidad que les cabía en esta tragedia, luego, una vez que se supo que estos estaban vivos, han esgrimido diversos argumentos para justificar en otras causas las responsabilidades de estos hechos.


Por otra parte, el gobierno ha invertido millonarios recursos para lograr el rescate con vida de los obrero y, al mismo tiempo, aprovechar esta odisea para fines propagandísticos y con ello, no sólo mejorar su deteriorada imagen, sino aprovechar la coyuntura para proteger los intereses de los poderes dominantes y continuar privilegiando el capital por sobre el trabajo.

Los empresarios y su gobierno, nada han dicho acerca de las condiciones deplorables de seguridad que viven miles de trabajadores en Chile. Nada dicen, respecto de la colaboración espuria que logran con las mutuales para esconder la responsabilidad que les cabe en esta materia. No es solo en la minería donde la seguridad está en peligro. En la construcción, en el sector forestal y pesquero, pero, por sobre todo en el transporte la seguridad de los trabajadores no cumple con ningún estándar, solo interesa satisfacer la voracidad del capital, que no trepida en obtener ganancia, incluso, al costo de la vida humana.

Cuando a cientos de metros bajo tierra se escucharon las primeras voces de los mineros atrapados relatando la forma como han sobrevivido a este largo calvario y sacrificio, quedaba en evidencia la  entereza,  valentía y  temple de la que es capaz la “clase obrera”.  
La prensa escrita y televisiva, controlada mayoritariamente por los “dueños de Chile” ha intentado farandulizar esta tragedia. Buscan diluir la responsabilidad criminal que los dueños del capital tienen en todos los actos donde los afectados son siempre los trabajadores y los pobres del país. Ocurrió recientemente con el terremoto, donde la irresponsabilidad y desprecio de los empresarios de la construcción dejó a cientos de compatriotas sin sus viviendas y nadie hoy responde por ello. En el caso de la pequeña y mediana minería, son cientos las empresas que operan sin ningún control, supeditadas sólo al afán de la ganancia y a la codicia de los propietarios con total desprecio por la vida humana.

Este siniestro ha evidenciado la naturaleza misma de la “clase obrera” y de la “clase burguesa”,  y de ello deben sacarse las enseñanzas. ¿Y qué es lo que ha demostrado esta catástrofe?  En primer lugar, ha develado que cuando se presenta un conflicto de proporciones, los empresarios huyen como ratas; se esconden tras las faldas de la institucionalidad burguesa que  protege sus fechorías; se refugian en los vericuetos de un entramado jurídico planificado, diseñado y materializado para resguardar los intereses del capital por sobre el trabajo humano. En segundo lugar, ha dejado claro, que al capital -expresión abstracta del trabajo acumulado-, no se le puede pedir humanidad como sugieren algunos; el capital, por su naturaleza es inhumano, persigue siempre aumentar su cuota de ganancia y si para ello hay que soslayar la seguridad de las personas y liquidar la vida humana, no importa. La clase burguesa, representante del capital es intrínsecamente antihumana, su fin siempre ha sido y será el lucro, su naturaleza es perversa.

Por el contrario, que hemos constatado de esta “clase obrera”; pobre, arruinada y explotada;  pero,  única capaz de generar riqueza con su energía,  muchas cosas. En primer lugar, que posee una reserva moral incomparable, capaz de hacer frente a los más adversos  fenómenos de la vida y de la naturaleza. Es portadora de un repertorio valórico diverso. Es solidaria,  ello le ha permitido sortear el tormento de estos treintitantos días bajo tierra. Es honrada, jamás tomaría algo que no le pertenece y que perjudicara a otros, así ha podido compartir lo poco en beneficio del conjunto. Es leal, jamás traicionaría a sus compañeros. Es humana, pues por sobre toda consideración se respeta  asimismo y a sus hermanos, prescindiendo, incluso de esa falsa idea de “patria” que imponen los dominadores de siempre. La presencia de un trabajador boliviano es la expresión más clara de lo que une a los trabajadores es una sola cuestión, su condición de explotados.

La lección que nos enseñan los mineros, es que es posible pensar en un mundo sin capital. La clase burguesa actual es portadora de todos los antivalores que conoce la humanidad, promueve un patriotismo trasnochado, pero vende a los extranjeros los más preciados bienes de nuestro país; la minería, el agua, la energía, las sanitarias, la luz, las carreteras, la banca, todo está en manos foráneas. La clase obrera, por el contrario es humana y los valores que sustenta son aquellos que favorecen a las personas por sobre cualquier otra consideración.
En consecuencia debemos aprender a valorar a estos obreros que bajo tierra nos han dado un ejemplo de organización y solidaridad y para ello no han necesitado jefes, alguaciles ni patrones. La clase obrera puede existir sin necesidad de los burgueses.

“Proletarios, hombres y mujeres consientes y comprometidos con la vida en el mundo entero, uníos”